jueves, 20 de octubre de 2011

Abuelo:

No ha pasado tanto tiempo desde que nos vimos cara a cara y qué bueno. Yo sé que a su edad le parece que la vida ya está próxima a acabar y, tal vez, no esté equivocado. No sé. Es usted una de las personas más fuertes que conozco y me lo ha demostrado con algunas hazañas que, aún hoy, me dejan sin palabras. Usted está sano, fuerte, lúcido y me alegra mucho poder decirlo. Yo, por otra parte, debo contarle algunas cosas que me aquejan.

Mis ojos se están muriendo poco a poco. Mi ojo. Me es, a veces, muy complicado mantener la atención sobre un punto. Leer ha llegado a ser una tortura. Me conoce lo suficiente como para saber que eso es algo que me entristece mucho. Si bien es cierto que estos ratos de dolor y desesperación son pasajeros, también es cierto que sucede cada vez con más frecuencia. Supongo que ya no me hará leer el periódico en voz alta, ¿verdad? No sé, creo que aún podría presumirme con los ancianos pues todavía puedo hacer cuentas con una aceptable rapidez. Lo que sí me molesta mucho es que ya no podré ver sus fotos de juventud, leer las cartas que le mandaba a la abuela. Mi abuela, ¡cómo la extraño!, la extrañamos. Hace un año fui a visitarla sin que usted supiera. Está bien, sigue en el mismo lugar acumulando polvo sobre sus piedras. Nunca necesitó hablarnos para decirnos tantas cosas. Extraño más su risa que cualquier otra cosa. Usted debe acordarse de su escándalo, debe.

¿Y cómo va el árbol nuevo que sembramos en septiembre?

Regresé a casa preocupado. Pero sé bien que siguen estando ahí, tranquilos, con su rutina mágica. Es magica o es absurda, pero jamás consideraré que lo que ocurre allá es del todo real. Usted me entiende. Usted entiende mucho cuando ha bebido y aun explica más de lo que comprende. Yo sé bien que ya tengo lo suficiente para vivir allá (y acá también, no fingiré que mi vida es dura) con una soltura que me asusta, me enseñó bien. Me gusta la fruta. Quizá sí sea necesario aprender todo eso que implica trabajar la tierra. Sus planes son buenos, pero el hecho de dar la tierra a medias no me gusta tanto como debería. Nunca me ha gustado compartir con las personas y eso es una gran diferencia entre nosotros. Todavía no entiendo cómo es que le gusta tanto compartir sus riquezas con los otros. Entiendo que yo jamás he asistido al tequio y que esa es una idea que concibo como buena pero descabellada. Usted ha intentado convencerme y mi abuela me regañó tantas veces como le fue necesario. No aprendí. ¡Los hemos visto, abuelo, los hemos visto! Los hemos encontrado robando fríjol descaradamente. Nos han reclamado el agua, los pozos que usted compró y que al principio les ofreció. Si lo rechazaron fue por ineptos y de eso nosotros no tenemos la culpa. A mi papá le han peleado la tierra, nos han querido mover los límites. ¿Y para qué? No necesitan nada. Tienen más de lo que merecen. Por mí que se pudran en el infierno. (Interceda usted en el cielo por mí. No ante Dios, ante mi abuela)

Pues sí, abuelo, eso es lo que me pasa por la cabeza ahora. No estoy ciego todavía pero le puedo asegurar que algún día lo estaré. No suponga que es por el mezcal, no. No es posible, o quizá, pero no lo creo. Usted también debería estar ciego con ese aguardiente que se toma. Por cierto que cada vez que veo vodka me acuerdo de usted y la facilidad con lo toma en seco. Aprenda a distinguirlo o un día de estos los dos nos quejaremos de nuestros ojos muertos. No se ría de mí, bastante tengo con las burlas que yo mismo me hago. De verdad, no se preocupe todavía. Échele un trago a la tierra y a ver si me compongo. Y si no, pues…

Iré a leerle pronto. Es una promesa.

Saludos,

C.

martes, 5 de julio de 2011

4 de julio de 2011.

J.C.

Ya es de madrugada y yo todavía no estoy listo para dormir. Es la hora justa para leer un poco. La semana pasada recibí al sol con un libro en las manos en más de dos ocasiones.

Me preocupo.

Hace tanto tiempo que mi vida carece de emociones. La facultad me ha convertido en un hombre despreciable que lee, bebe y que se preocupa por las editoriales que pusieron su sello en las hojas que leo. Es triste. Me interesa la cultura cara.

Qué asco de persona, ¿no crees?

Rilke se sorprende de que la gente vaya a vivir a París y dice que realmente esa gente va ahí a morir. Yo lo comprendo, sí. Podrías tacharme de idiota, por decir algo, pero considero que para los escritores la FFyL es el París del que habla Rilke.

Vamos ahí a morir, a llenarnos los dedos con prejuicios, a tratar de cambiar nuestra forma de ver las cosas. Vamos a perder tiempo valioso.

Aún somos jóvenes J.C., s,í incluso M. es joven, y deberíamos tener la obligación de ser unos imbéciles, vagos, viajeros miserables. Nos haría mucho bien, estoy seguro. Tendríamos cosas que podríamos contar con esa fuerza que da el haber estado presente. Miller dice que en un futuro la literatura será meramente autobiográfica y, tal vez, tiene razón. Deberíamos movernos continuamente.
Claro que a mí poco me interesa estar metido durante mucho tiempo en un mismo lugar. Es más, me aterra no salir de este miserable valle, de este agujero entre montañas.
Me gusta ausentarme por largas temporadas, no hacer nada. Subir a esos cerros que besan a las nubes o, en el mejor de los casos, trepar como araña esas montañas que suben por encima de las nubes y que miran al mundo con desprecio. Me gusta bajar, después, a meter los pies en algún río de agua helada. Considero, seriamente, que todo eso es más útil que saber qué dijo Chomsky acerca de la muerte de Jesús.

Tal vez me equivoco. Seguramente me equivoco. No sé.

Sí, me gusta la literatura pero me gusta más, mucho más, vivir; me gusta explorar ese mundo que se mueve, ¡y muy rápido!, mientras nosotros leemos.

El otro día amanecí con un libro de Sartre entre las manos y me asustó la rapidez con que había leído durante la noche. Sartre y yo tenemos algo en común: a ambos nos gusta la mujer negra que canta en el fondo.

Por otra parte, he decidido seguir tu consejo y no compraré más libros por un tiempo. Es una buena idea. Tengo libros pendientes desde hace tanto polvo que, aunque mi actual ritmo de lectura me permita terminar varios, siempre tendré un libro que no he leído cerca. Quizá hasta logre llevar a buen termino mi relación con Joyce y su, temible, Ulises.
Lo dudo.

Además mi padre, al ver de reojo mi escritorio, me dijo el otro día algo que me abrió los ojos: “Tienes tu mesa llena de basura”

Sí, así es. Tengo ocho libros, una botella de agua, una taza y varios papeles que cargan con la tinta de mis últimos textos. Tiene razón.

Vivo rodeado de basura.

Saludos

C.

miércoles, 29 de junio de 2011

Al abuelo:

Me acordé de ti porque compré una revista de fotografías viejas de los pueblos de por acá y aparecieron varios hombres y mujeres con tu apellido.

Me ha dado un poco de tristeza porque esa parte de vida que quise apropiarme, la tuya, las de tus padres, la del mío, ya es inaprensible.

Con la abuela algunas veces intenté platicar de su vida en el pueblo, pero no logré que me platicara más de las dos o tres anécdotas que me repetía con las mismas palabras.

Quise tener paciencia con ella, inducirla a otros temas pero su mente ya había seleccionado algunos recuerdos y borrado todos los demás. Hubiera querido que te recordara como debiera, pero siempre te le aparecías como en los primeros días de casados.

Para ella te moriste desde hace más tiempo que para mí. Nunca la abandonaste con sus 8 hijos, nunca le pegaste, nunca la sacaste del pueblo y te la trajiste acá a la ciudad.

Alguna vez, cuando estaba chico y cuando la abuela aún recordaba que debía comer y bañarse, contó, creo, algo sobre unos tíos tuyos que fueron asesinados por cabrones y que habían asesinado a unos de ella.

En la revista hay la transcripción de un relato de un señor del pueblo que dice que a su abuelo lo fueron a vender un tal Adriano y José a otro pueblo. Ellos tienen tus apellidos. A ellos, dice, los mataron por cabrones.


Te escribo, no sólo para decirte que me acuerdo de ti y que lamento tu imbecilidad sino para decirte también que no te aparezcas otra vez por la casa de mi padre, que él no salió pendejo cono tú y por eso aguanta que le vayas a gritar estupideces a su puerta. Ten dignidad al menos.

Si él volvió a saludarte no fue para que te mantuviera ahora que te faltan dedos y visión, sino por lástima, pero ya fastidias.

Me han dicho que lo vas a mandar a golpear o algo así. Me importa un carajo si es verdad o no, pero si te vuelvo a encontrar me gustaría mucho subirte a mi camioneta, darte unos pequeños bofetones, cortarte con una tijera algunas arrugas o los dedos que aún te quedan.

Mira que el que seas viejo no me perturba en lo mínimo y me encantaría dislocarte el brazo que alzabas para golpear a tu mujer, darte algunas pataditas en las costillas, reventarte la otra mano con un palo y hacerte llorar lágrimas de sangre con un clavo en algún ojo.

Eres viejo y sabes que no tienes familia que se preocupe por ti, así que mejor vete a morir a otro lado, que todos maldicen el cuerpo del perro que se muere o atropellan enfrente de la propia casa.


Tu nieto.

sábado, 2 de abril de 2011

Lilith:


Te necesito tanto cual si hubieras sido tú la que salió de mis costillas. Te necesito para que me enseñes a pecar y a encontrarle a estas tierras secas el fruto.

Te mando estas letras con los vientos airados de la noche pues ya desde hace un rato vago lejos de las rejas del Edén con Eva, la mujer con la que intenté suplirte, parida de mi tórax y agraciada por Dios, pero sólo a ti te quiero, a ti, similar a Elohím, te busco.



Cuando volabas lejos de mí, el primer eclipse oscurecía al mundo. Cuando volabas lejos de mí, agucé mi oído para escuchar el nombre sagrado de Dios y seguirte. Cuando volabas, era yo el ínfimo ser, el más subterráneo, creado de las brumas del silencio.

Muchas noches he vaciado mi semen sobre mis ropas, en la tierra, en mis manos, para atraerte. He interrumpido el coito con Eva para que mi esperma busque tu vientre. Y tu ausencia es lo que vuelve maldita a mi estirpe y pecado mis acciones.

Si tan sólo hubiéramos fornicado como animales, de pie, sin ninguna espalda rasgando el pasto blando de la natura de Dios; si él hubiera hecho bien su trabajo, esta boca imperfecta hubiera sido sólo para besarte.

Ahora arrastro a Eva por los parajes más sórdidos de este mundo. Para que ella expíe sus penas y yo te encuentre; para que la tierra seca y el aire caliente consuma su cuerpo débil, secundario y yo tenga una nueva oportunidad de ofrecerte un jardín.

Ven a mí, Lilith, te ofrezco todos los hijos de Eva a cambio de cualquier placer que me quieras dar. Aquí no habita Senoy, Sansenoy ni Semangelof. A mí ya no me protege ningún ángel. Ven a mí y por mí, a salvarme de la desgracia. Ven conmigo, para detener la historia, para procrear gigantes, para mandar a Dios al infierno.



Fuera del tiempo y del Edén:

Tu Adán.

Escrito por Juan Carlos Góngora Balán

martes, 29 de marzo de 2011

Comala, Agosto…



Penélope, mi señora:

Si supiera que Odiseo en realidad no está perdido…

No sabe usted el pesar que me provoca saber que está tan sola, ocupando su cabeza con vanas tareas. Es triste. Ambos somos esclavos de la espera. Sin embargo, mi señora, me he enterado que su espera es superior a sus deseos y me he sorprendido demasiado. No entiendo por qué detiene su vida por un hombre que, siendo tan astuto como Dios, su Dios, no es capaz de llegar a casa, de superar esos obstáculos, a esos hombres que habitan las lejanas tierras.

Yo, señora, llegué a casa hace algunos años, sin saber que una mujer en mágicas tierras esperaba. De haberlo sabido, le juro, que buscar a aquel señor, que hace años nos dejó, jamás hubiera pensado ¡Cómo quisiera que esta triste tierra que habito tuviera algo de magia! Me imagino tantas cosas, algunas buenas, otras mejores. Me he imaginado, por ejemplo, que si pudiera llegar a sus pies desde hace tiempo que su tejido habría terminado. ¡Ay de mí, Penélope querida! Tantos siglos he estado perdido, pero perdido en serio, en este pueblo, caminando entre muertos, imaginando que algún día llegará un hombre lo suficientemente vivo como para aprender mi historia y darle vida a mi alma con tan sólo recordarla. He de esperar.

Hemos vivido tan solos tanto tiempo, que tener esperanza más que ayudar, lastima.

Usted tiene a sus hijos y a sus pretendientes formados para hacerle compañía. Sé que de nada valen. Yo, para mi desgracia, habito con fantasmas que hablan tanto que convierten las noches en eternas pesadillas.

¡Esos malditos murmullos!

Penélope, señora mía, qué suerte tiene usted. Al final de su historia tendrá su deseo cumplido. Odiseo, ese vago, volverá a tenerla entre sus brazos. Me alegro, pues sin duda, usted lo merecía. ¿Yo, qué merezco? ¡Ay de los muertos, Penélope, que ninguna gloria merecemos! Su vida y la de Ulises, patético viajero, serán recordados. En cambio pasará mucho para que alguien se entere, siquiera, de mi nombre

Yo soy el que, de verdad, está perdido entre este mar de almas. Estoy sufriendo, esperando que después de muchos siglos un insignificante hombre cuente mi historia.

¡Ay de mí, sin vida y sin Penélope que por mí alma espere!


J.P.
Agosto. 2009


Ana:

Estoy en París desde hace 3 meses. Ojalá que hayas notado mi ausencia. Tú sabes que parte de mi sueño tiene que ver con París, con todo lo que nos cuentan que es. Ahora que estoy aquí ya no recuerdo por qué quería, con tantas ganas, venir a esta ciudad llena de turistas (ja). Lo más seguro es que haya intentado emular parte de la vida de los escritores, pintores y músicos que descubrí en aquella época de mi vida, en mi lejana adolescencia. Me da vergüenza decirlo ahora pero yo empecé a fumar por Sabines.

No te burles.

Aquí todo es diferente. Los colores no me llenan los ojos como en Veracruz, Oaxaca, Chiapas, Puebla… ¿Cuántos lugares visitamos juntos? Yo recuerdo que fueron muchos. Mis ojos se acostumbraron a esos colores y ahora se me hace tan difícil observar. Me hace falta tu reflex persiguiéndome. Nunca me perdonaras por haberte robado tu Minolta, ¿verdad? Sí, ya lo suponía. No sé por qué no puedes hacerme las cosas fáciles si yo te he perdonado, te he ayudado a crear tus munditos felices aunque no creyera en ellos. Sé algunas cosas sobre ti que dejarían callado a tu biógrafo (tal vez sólo lo harían vomitar).El problema es que tu también conoces muchas cosas que podrían meterme en problemas. No me preocupo porque no creo que las usáramos en perjuicio del otro porque, sinceramente, ambos consideramos que, al calor de nuestra juventud, fueron muy divertidas.

París sin ti es como París sin alcohol. Así de malo.

Me gusta aquí. Bebo todo el día y, a veces, mientras bebo me da por escribir. Sí, cariño, cumplí mi sueño. Soy alcohólico, escribo y vivo en París. No puedo pedir nada más, no quiero. Lo mejor que hice en mi vida fue dejarte. A veces me haces falta, mucha falta, y no lo niego. Me hacen falta tus canciones, tus besos en el cuello. Me hacen falta tus ojos. Créeme que no es fácil andar por ahí viendo las cosas sin ti.

Me acostumbraré en poco tiempo, tampoco es como si fueras imprescindible.

Ayer dormí con una españolita, una pintora, una mujer que bebe tanto vino como sólo los dioses. Me gusta. Supongo que entiendes que mi deseo es permanecer aquí y morir aquí y que, algún día, tú vengas a visitarme, que nos besemos, que pasemos la noche juntos, los tres, y que después, comprensivamente, te despidas. No pido mucho.

Ahora fumo Gauloises y me molesta, como no tienes idea, que no haya Delicados sin filtro. Los franceses aprenderían una que otra cosita, te lo aseguro.

Espero, de verdad, que estés bien y que pronto nos volvamos a encontrar.


C.S.

jueves, 24 de marzo de 2011

A:

24/03/2011 Desde acá.

Mira, no creas que esto significa “algo”, demasiado tiempo hay entre nosotros como para que algo signifique “algo”. Pero me he acordado mucho de ti. En las pláticas con mis amigos, ya muy ebrios, siempre suelto tú nombre. Pareciera que eres más mía en mi recuerdo que cuando fuiste realmente mía.

De repente saltas a mi boca y ya quisiera tu boca de verdad. Te he empezado a idealizar. Parece que hemos vivido cosas más chidas en mis recuerdos recreados que lo que verdaderamente fue. De cualquier manera, vibras demasiado últimamente en mí y por eso te escribo.

No quiero regresar contigo, sería imposible, creo. Espero. Tal vez sufrirte, sufrir a alguien, sufrir un amor, es lo que quería. Tener en mis pensamientos “el nombre de una dama” cual caballero prototípicamente medieval. Ya sé, sueno mamón, me siento un Quijote divagando entre letras que he preferido tatuarme en la mente antes de vivir de verdad. Te prometo ninguna otra referencia estúpida por manida a partir de ahora.

Hace un rato escuché una canción de los Beatles: With a little help of my friends. Y me dio por pensar si en nuestra vieja relación pasamos a más de amigos. Creo, ahora siento, que era un muchachín y que no te amé como tú me amaste.

Hay tantas cosas que quise hacer contigo y por ti y no las hice. Me arrepiento no haberte metido la mano bajo la blusa cuando nos besábamos, no morderte el labio hasta que te alejaras asustada por mi lascivia, no pasarte mis dedos como patas de arañas desde tus hermosas pantorrillas hasta tus carnosos muslos y hasta tus caderas, no desamarrarte tu cabello que siempre me excitó cuando estábamos sentados bajo aquél arbolillo, no mandarte ni uno de los versos zonzos que en la noche me levantaba de repente a escribirte.

Hay otras cosas de las que también me arrepiento. Una vez, en una fiesta, cuando no fuiste con tu novio y terminamos durmiendo en la misma hamaca, ¡cómo quise abrazarte y entrelazar mis piernas con las tuyas!, besarte a la fuerza, pero no. Cuando más ardor sentía me levantaba y caminaba por el cuarto e intentaba calmarme, aunque también pensaba seguir con mis intenciones y justificarme en mi ebriedad al otro día.

Ya amaneciendo, acostado a tu lado vencido por el sueño y por la ligera complacencia de compartir un espacio estrecho contigo, sentí tu brazo sobre mi espalda pero creí, supuse, que tú sí dormías. Me habías dicho que amabas al chico con el que en ese momento andabas. No sé si sea el mismo de ahora. Da igual. Sentí un maldito remordimiento por respetar tu nueva vida.

Te he recordado últimamente. Las nimiedades en las que perdíamos el tiempo, estupideces, niñerías, cosas de cosas con las que aún gastamos el tiempo cuando de vez en cuando hablamos. Te he recordado mucho y sólo porque sé que no me contestarás y fingirás demencia cuando nos volvamos a ver… te escribo.

Tuyo tuyo: Juan Carlos.